(Síntesis autorizada por Wojtyla de la conferencia que presentó el 17 de febrero de 1967,
durante la Décima Semana Anual de Filosofía en la Universidad Católica de Lublin.)
Permítanme comenzar con algunas observaciones generales sobre el significado de algunos términos básicos para esta discusión. La Ética, para mí, no es ni una ciencia puramente descriptiva de la moralidad (etología), ni una doctrina meramente "moralista" de la moralidad. En otras palabras, estoy renunciando a las dos tendencias extremas en el modo en que se aproximan a las cuestiones morales. Ambas tendencias, aunque por diferentes razones, pierden de vista la problemática propia de la ética. Estoy, por lo tanto, renunciando a la ciencia de la moralidad que sacrifica la normatividad por el carácter descriptivo y a la "lógica de las normas", que está, básicamente, confinada a la construcción de códigos internamente coherentes de reglas de comportamiento, menos preocupada o no preocupada en absoluto de su justificación última.
En contraste con estos dos enfoques, voy a tomar la ética en el sentido de una ciencia que se ocupa de la moralidad en su aspecto normativo, y no sólo descriptivo, y que tiene como propósito "objetivar" las normas, y por lo tanto, por encima de todo y en última instancia justificarlas, no sólo presentarlas.
La teología moral existe en la actualidad en dos formas:
I) como «teología positiva», que hace uso de los descubrimientos de diversas ciencias particulares, tales como la historia, la arqueología y la filología; esta forma de teología es una exégesis de la doctrina de la moralidad cristiana contenida en la revelación (escrituras y tradición), en consonancia con el Magisterio de la Iglesia;
II) como «teología especulativa», o ética teológica en sentido estricto; esta forma de la teología es una interpretación de las escrituras y la tradición en consonancia con el Magisterio de la Iglesia por medio de un sistema filosófico particular.
Un ejemplo de tal teología especulativa es la teología moral de Santo Tomás de Aquino, que es ampliamente conocida y utilizada tanto en su forma original y en varios comentarios y libros de texto. Realmente es el único ejemplo de este tipo de teología. Siglos de trabajo en ella se habían sucedido antes de Santo Tomás. Toda la recepción de la filosofía antigua – tanto de Platón como de Aristóteles – por los Padres y más tarde por los Escolásticos tendieron en esta dirección. A pesar de las muchas diferencias profundas entre los sistemas de Platón y de Aristóteles, muestran una cierta unidad de orientación metafísica. Fue precisamente esta característica la que especialmente ha predispuesto estas dos "filosofías" para su uso como herramientas en la interpretación de los datos de la revelación.
¿Cuál es el significado de esta «filosofización» en la teología especulativa?
1) En términos generales, la importancia y la necesidad de tal teología en general, y de la teología moral, en particular, surge de las mismas fuentes de las que surge la necesidad y el significado de la filosofía, es decir, de nuestra aspiración humana natural, como seres racionales, a «llegar al fondo» de todo lo que nos afecta y de todo aquello con que nos encontremos, en una palabra, de nuestra necesidad de entender la realidad «per ultimas causas».
En un cierto ámbito de la realidad, la ética como filosofía moral tiene el papel de «llegar al fondo» de la realidad de la moralidad. De una manera paralela y analógica a la ética, la teología moral «llega al fondo» de la realidad de la moralidad, a la luz de las enseñanzas de la moralidad contenidas en las fuentes de la revelación. Es lógico, entonces, que la teología debe derivar de la filosofía las herramientas para un «análisis último» de sus propios contenidos revelados. En este sentido, la teología moral especulativa es igualmente una expresión y una comprensión de aspiraciones cognitivas normales – aunque ciertamente muy ambiguas – por parte de aquellos que, como cristianos, quieren «llegar al fondo» de su moral cristiana.
2) Más específicamente, la teología moral, en el sentido tomista, «llega al fondo» de la realidad moral explicándola sobre la base del «fin último», lo que implica un concepto particular del bien y un concepto particular del ser. También implica un concepto metafísico correspondiente del ser humano, un concepto en el que una «persona» es en cierto sentido, reducible a una «naturaleza»: individua sustantia rationalis naturae. Este concepto del ser humano, a su vez, constituye la base de una parte muy importante de la teología moral de Santo Tomás, a saber, la aretología, que está conectada con el sistema de las facultades (potentiae) de la naturaleza humana.
La teología moral tomista, vista desde los aspectos distinguidos anteriormente, tanto el aspecto más general como los otros dos más específicos, se presenta como una síntesis intelectual que va mucho más allá del umbral de la exégesis (teología positiva). En efecto, en cuanto interpretación que arroja luz sobre los datos de la revelación y perspicazmente los organiza por medio de categorías metafísicas, es una obra de proporciones monumentales – no simplemente sólo para su propio tiempo, sino también para el nuestro, porque todavía puede sorprender a quienquiera que solamente se tome la molestia de aprender a verla y apreciarla.
Sin embargo, la admiración que tenemos por esta «summa» no tiene por qué significar – e incluso no debe significar – que la consideramos como una obra completa y perfecta en todos los sentidos. El vínculo interno, subrayado anteriormente, existente entre la teología y la filosofía especulativa nos dirige hoy a mirar este notable trabajo como un "fruto de sus tiempos", es decir, a verlo no sólo en el marco del estado de la filosofía en el tiempo de Santo Tomás, sino también desde la perspectiva del desarrollo posterior de la filosofía. Esto es tanto más necesario dado el hecho de que no todo en el posterior desarrollo de la filosofía – y por lo tanto en el desarrollo de esta herramienta potencial para interpretar los contenidos revelados – parecerían ser una mera desviación. En este contexto, se plantea la siguiente pregunta con respecto al proceso del filosofización del mensaje revelado: ¿En qué dirección se ha desarrollado, se está desarrollando y debería desarrollarse?
Parece que en relación con la dirección general del desarrollo de la filosofía, que es un movimiento que se aleja de la filosofía del ser hacia la filosofía de la conciencia, los dos elementos interpretativos anteriormente mencionados en la estructura de la teología tomista han sido sometidos – o al menos debería someterse – a modificaciones significativas.
a) «Llegar al fondo» de la moralidad explicándola sobre la base del fin último ha dado paso a explicar y justificar la moralidad sobre la base de valores y normas. Hoy día no estamos tan preocupados con la determinación del fin último de la conducta moral como en dar una justificación última a las normas de la moralidad. El crédito para lograr este cambio en la forma en que se plantea y formula el problema central de la ética va sin lugar a dudas a Kant. Pero aceptar el punto de partida de Kant en la ética – es decir, considerar el problema de la justificación de las normas como el problema principal de la ética – no es aceptar necesariamente la solución de Kant. En efecto, una búsqueda de la justificación última de las normas morales puede llevarnos directamente al «fin último». Esto no se presupone de antemano en el punto de partida. Una cosa, sin embargo, se presupone desde el principio: en todo el curso del tratamiento de la ética, la tendencia normativa prevalecerá sobre la tendencia teleológica, incluso en el caso de las conclusiones "teleológicas".
La asimilación de este cambio en la ética por la teología moral procederá en la dirección de una interpretación de los "hechos y palabras" éticamente relevantes de la revelación en una forma que da a conocer plenamente su contenido normativo, con el fin de que este contenido pueda, a su vez, estar dotado de una justificación última. Este proceso de asimilación por la teología moral de la "revolución" que ha tenido lugar en la ética, un proceso que yo preveo y animo, es ya, en cierta medida, un hecho consumado. La teología moral contemporánea está menos preocupada de demostrar el significado escatológico y teleológico del contenido moral de la revelación (aunque ciertamente no lo descuida), sino más preocupada de investigar el significado normativo del "Verbo Encarnado", la ejemplaridad del hecho del "Dios-humano", un modelo viviente para gente viviente, un modelo para el aquí y ahora, «in via».
b) El segundo elemento es la antropología. Junto con el surgimiento de la filosofía de la conciencia y el desarrollo de las herramientas cognitivas que le son propias (por ejemplo, el método fenomenológico), nuevas condiciones están tomando forma para enriquecer el concepto de la persona humana en cuanto a todo el aspecto subjetivo, "consciente", que de alguna manera se ha estabilizado en el "naturalismo" metafísico. Este concepto ampliamente enriquecido de la persona humana puede y debe ser incorporado también en la interpretación de la revelación. Del mismo modo, en la teología moral, deberíamos exigir que este "cambio", que en la ética ya es en gran medida un hecho consumado, sea absorbido cada vez más. Y, de hecho, los esfuerzos de los teólogos morales van en esta dirección al entrar en el espíritu de las tendencias de desarrollo que tienen lugar en la filosofía. Es extremadamente importante tomar conciencia de estos procesos. Una evaluación precisa de las direcciones de los crecimientos y disminuciones de todo lo que en ellos es un síntoma de crisis y de todo lo que es un logro genuino, hará que sea posible dirigir conscientemente todo el proceso de renovación teológica (aggiornamento) de acuerdo con la adagio: Vetera Novis augere (lo antiguo debería ampliarse).
Hasta aquí mis observaciones han tenido el carácter de observaciones metodológicas generales. Ellas debieran ser suplementadas con observaciones más específicas sobre el contenido. En particular, debemos preguntarnos cuál podría y debería ser el objeto principal de este tipo de "filosofización" en la teología moral.
Al parecer, el mejor candidato en este sentido es la aretología. En el sistema de teología moral de Santo Tomás, la aretología ha tenido un carácter teleológico y "naturalista". Esta aretología surgió del concepto aristotélico de la persona como una naturaleza. El ser humano fue tratado en cierta manera según el modelo de un organismo biológico, en el que todo se explica y adquiere sentido desde el punto de vista de su "maduración" y de la consecución de su fin. Hoy encontramos más bien inadecuado este concepto "naturalista" del ser humano. La aretología que se está desarrollando hoy en día está tomando un carácter personalista normativo. Las "virtudes" y "normas", en sí mismas, no están cambiando, pero sí lo es la forma en que se presentan.
Ellas ya no se presentan sobre la base de medios hacia un fin. Y nuevamente hay que reconocer que esta nueva forma de "presentar" las virtudes y las normas ya es un hecho consumado en la ética (véase, por ejemplo, Max Scheler y Nicolai Hartmann). Pero ¿qué sucede respecto del estado de la teología moral? ¿No deberíamos hablar aquí más bien de un cierto quedarse atrás?
Cuando pasamos desde la ética teleológica a la ética normativa e intentamos reconstruir la teología moral en la línea de esta última, nos encontramos con la pregunta: ¿cuál es la relación entre las normas contenidas en la revelación y las normas del derecho natural, es decir, entre "virtudes reveladas" y "virtudes naturales"? ¿Son algunas de estas normas exclusivamente "reveladas", de tal manera que no podrían ser conocidas sin la revelación? La posibilidad que parece existir es llegar a una comprensión y aceptación puramente filosófica de todo el contenido moral del mensaje evangélico, especialmente el precepto de que las personas han de ser amadas en razón de la dignidad de que están investidas.
Después de todo, de acuerdo con la revelación, particularmente en las enseñanzas de San Pablo, el contenido de los preceptos revelados también puede ser conocido – y de hecho es conocido – sin revelación, de una manera natural. Esto también se confirma por la experiencia general, que, a su vez, se encuentra en la base del llamado al diálogo, actualmente tan generalizado. Obviamente, tal interpretación puramente racional de las normas reveladas implica una cierta "compresión" y "abreviación" de ellas. Pero una interpretación puramente filosófica no es adecuada. Con el fin de llegar a una interpretación totalmente adecuada, debemos recurrir a la teología y aprovechar el contenido completo de la revelación. Sin la teología, no hay manera de dar una interpretación totalmente adecuada de las normas morales o de las denominadas virtudes teologales.
Debo hacer hincapié en que todas las virtudes y las normas contenidas en la revelación son "teologales". Si el término "teologal" se aplica de una manera especial a las virtudes fe, esperanza y caridad, es debido a que estas tres virtudes (o "normas") expresan de una manera especial la relación – revelada a través de "hechos y palabras" – de los seres humanos con Dios. La naturaleza de esta relación es tal que nuestra relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos se conforma, corresponde y "es una respuesta" a la relación de Dios con nosotros. Esta relación incluye el plan de salvación y santificación, junto con su realización en la historia. Sin revelación, no sabríamos nada de tal plan, por lo que no sabríamos nada del hecho de la intervención del Dios Encarnado en los asuntos humanos. Sin saber esto, tampoco seríamos capaces de interpretar adecuadamente los contenidos morales de la revelación (por ejemplo, el precepto del amor) que son "en principio" accesibles a la razón.
El significado de los contenidos normativos revelados ("virtudes") puede interpretarse adecuadamente sólo teológicamente, porque sólo la teología revela ante nosotros toda la verdad acerca de nuestra relación con Dios, que es una "respuesta" a la relación de Dios con nosotros. (Este último "es" tiene a la vez un significado informativo y un significado normativo. Se trata de la «verdad» de nuestra relación con Dios.)
Las observaciones anteriores muestran la íntima conexión de la teología moral con la teología dogmática, que incluye la "verdad revelada sobre el ser humano", o una especie de antropología teológica. La información acerca de nuestra "nueva existencia", de nuestro "ser en Cristo", que tiene tanta importancia normativa, encuentra aquí su origen y fundamento apropiado. Esto, a su vez, da lugar a la demanda metodológica de hacer teología moral en relación estricta con la dogmática. Otra exigencia que debe ser considerada a la luz de todo lo que se ha dicho aquí es la necesidad de suplementar la "teología de las realidades últimas", que se corresponde más al tratamiento teleológico de la teología moral, con el aspecto moral de una "teología de las realidades terrenas", que corresponde más al tratamiento normativo de la teología moral. Ambas demandas son básicamente una: la demanda de una "teologización" más integral de la teología moral.
NOTA
Si bien reconozco la necesidad de una ciencia descriptiva de la moralidad, no la considero, como algunos todavía lo hacen, como la única posible – o incluso, como la única disciplina necesariamente científica para la investigación de la moralidad. Sin la ética en el sentido estricto, creo que la ciencia de la moral se encontraría con dificultades insuperables en la definición de su objeto y, por tanto, también en establecerse metodológicamente. Sólo la ética tiene a su disposición las herramientas cognitivas propias para distinguir adecuadamente el ámbito de lo moral del ámbito de lo amoral.
* Traducido por Angel C. Correa de la versión inglesa, 'Ethics and Moral Theology',
publicada en el libro 'Person and Community, Selected Essays of Karol Wojtyla',
Edición Peter Lang, 1993, que forma parte de la Colección 'Catholic Thought from Lublin'
(Pensamiento Católico de Lublin).