'APRENDIENDO ROMA' *

George Weigel

(Teólogo católico estadounidense.
Destacado biógrafo de San Juan Pablo II)


   Wojtyla abandonó Cracovia el 25 de Noviembre dirigiéndose a Katawise donde cogió el tren a París. Era la primera vez que el joven sacerdote salía de Polonia. Miraba por la ventana hacia lugares que antes sólo conocía de los libros de geografía: Praga, Nuremberg, Estrasburgo, y por fin el propio París, donde sería invitado del seminario polaco de la rue des Irlandais. Partió casi de inmediato hacia Roma en otro tren, para llegar hacia finales de noviembre. Durante varias semanas permaneció con los sacerdotes palatinos en la vía Pettinari, mientras se hacían los arreglos necesarios para su residencia permanente en el Colegio Belga, donde el príncipe cardenal quería que viviera.

   En su primer domingo en Roma acudió a San Pedro, donde Pío XII, llevado a la enorme basílica en un trono portátil, la sedía gestatoria, formalizaba una ceremonia de beatificación.

   El rector del restablecido seminario de Cracovia, padre Karol Kozlowski, le había dicho al joven sacerdote que tan importante como estudiar era «aprender Roma misma», y Wojtyla seguiría su consejo. La vida en Roma podía andar escasa de comodidades en el período inmediato a la guerra, pero en aquellos días la ciudad estaba hecha a medida para los turistas. Los interminables atascos de tráfico de hoy eran desconocidos y uno podía caminar o ir en bicicleta por todas partes con facilidad. Tras instalarse en el Colegio Belga, Wojtyla exploró ruinas, catacumbas, iglesias, cementerios, museos y parques de la capital de la cristiandad con amigos estudiantes que conocían tanto aquellos lugares como su historia.

   El Colegio Belga donde Wojtyla viviría durante dos años era un entorno intelectualmente vivo, pleno de discusiones acerca de la nouvelle théologie, la «nueva teología» asociada con los dominicos Marie-Dominique Chenu e Yves Cangar y los jesuitas Jean Daniélou y Henri de Lubac, quienes más tarde desempeñarían un significativo papel en el Concilio Vaticano II. También había debates sobre los experimentos de sacerdotes obreros que se llevaban a cabo en Francia y Bélgica. El cardenal arzobispo de París, Emmanuel Suhard, acababa de describir su país como un territorio de misión, y la experimentación pastoral estaba en auge. Wojtyla se encontraría y hablaría en el colegio con el padre Józef Cardijn, fundador del movimiento de los jóvenes Obreros Cristianos en Bélgica, un intento de evangelizar el lugar de trabajo emprendido ya en la década de los veinte. El rector de Wojtyla era el padre Maximilian De Fürstenberg, quien, al igual que Cardijn, sería más tarde nombrado cardenal por el papa Pablo VI.

   El colegio era pequeño, con veintidós alumnos sacerdotes y seminaristas residentes, entre ellos cinco norteamericanos. En tan políglota ambiente, Wojtyla pudo mejorar su francés y practicar el alemán que había aprendido en casa mientras iniciaba sus estudios de italiano e inglés. La buena compañía suponía una útil distracción de las dificultades físicas de la vida.

   El padre Wojtyla preparó su doctorado durante una época de considerable agitación en los círculos intelectuales católicos. En muchos seminarios europeos y escuelas de posgrado se realizaban esfuerzos por establecer un diálogo entre la filosofía y la teología clásicas de la Iglesia, extraídas de santo Tomás de Aquino, y las corrientes modernas de pensamiento. Por el contrario, el Angelicum dirigido por dominicos en que Wojtyla estudiaba había asumido la posición de defensor de una rigurosa neoescolástica, una forma de tomismo que se había desarrollado desde mediados del siglo XIX hasta principios del xx como alternativa a los métodos filosóficos modernos.

   El clima intelectual del Angelicum era, desde luego, menos innovador que en otros centros europeos. Pero si sus profesores no eran tan especulativos como otros, proporcionaban en cambio a sus estudiantes un fundamento sólido de lo esencial de la teología eclesiástica. Los licenciados del Angelicum como Karol Wojtyla, quienes más tarde desarrollarían obras filosóficas y teológicas originales y creativas, lo harían partiendo de la base de haber dominado los fundamentos de la teología. Conocían la tradición que más tarde abordarían críticamente y tratarían de perfeccionar. Ese conocimiento suponía una barrera útil contra la tentación de criticar antes de haber comprendido.

   La figura más destacable de la facultad del Angelicum durante los estudios doctorales de Wojtyla fue la del padre Réginald Garrigou-Lagrange, OP, maestro indiscutible de la neoescolástica tradicional. Después de que Wojtyla hubiera completado su trabajo y regresado a Polonia, Garrigou se vería envuelto en las encarnizadas controversias teológicas de finales de la década de los cuarenta, que llevarían en última instancia a la encíclica de 1950 de Pío XII 'Humani generis' y su áspera crítica de algunas de las teologías exploratorias de la época. Sin embargo, debe resistirse la tentación de interpretar la carrera de Garrigou a través del prisma de tan amargas controversias.

   El padre Garrigon-Lagrange era un estricto tradicionalista en su filosofía y su teología dogmática, pero también mostraba sumo interés en la tradición mística, y en particular en san Juan de la Cruz. Profundamente preocupado por la situación de la Iglesia después de la guerra, trató de desarrollar una nueva espiritualidad sacerdotal para una Europa postcristiana, dotando de vida a la tradición mística en el mundo. Al menos en este sentido, Garrigou era en cierto modo reformista. Es más, la beligerancia intelectual de Garrigou no siempre quedaba reflejada en su personalidad. Sus alumnos respetaban su saber enciclopédico. A diferencia de otros miembros del profesorado, era accesible para los estudiantes, que se mostraban ansiosos de participar en su seminario de los sábados sobre espiritualidad. Algunos de los jóvenes sacerdotes estudiantes le tenían por confesor, quizá el más alto halago que un sacerdote pueda hacerle a otro.

   El padre Garrigou-Lagrange se convirtió en director de la tesis doctoral de Karol Wojtyla, que examinaba la interpretación de la fe de san Juan de la Cruz. El místico carmelita constituía el primer y más claro vínculo entre el dominico francés y el joven sacerdote polaco. Éste se había sentido atraído a su vez por la obra de Garrigou sobre la espiritualidad sacerdotal, con su énfasis en la contemplación en el mundo. No obstante, ambos tenían opiniones distintas acerca de san Juan de la Cruz. Para Wojtyla, los escritos del carmelita español trazaban el mapa del terreno de la experiencia mística. Para Garrigou, Juan de la Cruz era un teólogo especulativo cuya doctrina de la fe debía reconciliarse con la teología eclesiástica articulada por santo Tomás de Aquino. La tensión creativa entre ambos enfoques se hacía evidente en la tesis de Wojtyla, escrita en latín y titulada Doctrina de fide apud S. Ioannem a Cruce («La doctrina de la fe según san Juan de la Cruz»)

   En su tesis Wojtyla ponía énfasis en la naturaleza personal del encuentro humano con Dios, en el que los creyentes trascienden de tal modo los límites de su existencia como criaturas, que se tornan más auténticamente ellos mismos. Ese encuentro con el Dios viviente no está reservado tan sólo a los místicos. Es el centro de toda vida cristiana.

   La experiencia mística revela cosas importantes acerca del camino hacia Dios y de la naturaleza de nuestra comunión con Dios. Nos enseña, por ejemplo, que la mayor sabiduría que podemos alcanzar es la de saber que no podemos «objetivizar» nuestro conocimiento de Dios, pues no llegamos a conocerlo como conocemos un objeto (un árbol, una pelota de fútbol, un automóvil). Más bien conocemos a Dios como conocemos a otra persona, a través de la entrega mutua de uno mismo. Como dos personas que se aman llegan a vivir una «dentro» de la otra sin perder sus propias y únicas identidades. Dios llega a vivir en nuestro interior y, en cierto sentido, nosotros llegamos a habitar «dentro de Dios», sin que las diferencias radicales entre Creador y criatura se hayan perdido. De esta forma Wojtyla interpreta la espectacular enseñanza de san Juan de la Cruz de que el objetivo de la vida cristiana es convertirse en Dios por participación.

   La tesis de Wojtyla extraía otras tres conclusiones. La primera, puesto que Dios no puede ser conocido como conocemos un objeto, existen límites para la racionalidad como aproximación al misterio de Dios. La razón puede saber que Dios existe, pero la razón natural es incapaz de explicarnos todos los atributos del Dios de la Biblia. Segunda, la fe es un encuentro personal con Dios. La fe no nos permite «aprehender» intelectualmente quién es Dios, pues eso significaría que la fe disfruta de una posición superior al propio Dios. En cambio, el encuentro con Dios en la fe nos enseña que esa «no objetiviabilidad» de Dios es una dimensión del propio Dios en sí mismo. Tal es la razón de que hablemos de Dios como «persona» y de un encuentro personal con Él. En tercer lugar, Wojtyla concluye que la comunión mística, más que una «subida» emocional, es una experiencia de comunión, de «hallarse con», que trasciende por completo las convenciones de nuestra existencia como criaturas.

   La tesis doctoral de Wojtyla reafirmaba también sus convicciones acerca de la inalienable dignidad de la persona humana. Dada la naturaleza intensamente personal del encuentro con Dios, la persona humana debe disfrutar de libertad, pues a una relación auténtica de mutua auto ofrenda sólo puede accederse libremente. La certeza que emerge de esa relación no es de la clase que se obtiene al resolver una ecuación algebraica. Es la certeza que emerge del corazón humano, a la que puede dotarse de expresión intelectual pero que, en definitiva, tiene su característico lenguaje de oración y alabanza. Sin embargo, es certeza.

   El misticismo, el diálogo interior con un Dios personal aunque inefable, no es algo tangencial a la condición humana. Es fundamental para conocer al ser humano, y las tensiones forjadas en el humano encuentro con el infinito son la clave del drama de la vida humana. En realidad, no podemos conocer a los demás a menos que los conozcamos como personas llamadas a la comunión con Dios. Dios es parte del comprender a la persona humana, y quien lo aparta de los seres humanos está apartando aquello que es más profunda y auténticamente humano en nosotros. Al extraer tales conclusiones, Karol Wojtyla, al tiempo que pensaba en términos teológicos, definía la línea de batalla según la cual combatiría el comunismo por el alma de Polonia durante cuarenta años.

   En su revisión de la tesis, Garrigou criticó a Wojtyla por no utilizar la expresión «objeto divino» acerca de Dios. Uno asume que se trataba de un asunto entre director de tesis y estudiante durante la preparación de la tesis, y que Garrigou no convenció a Wojtyla de ese punto. Fuera cual fuese la implicación del proceso, sigue siendo cierto que, con su insistencia en no tratar a Dios como un «objeto» divino, ni siquiera por medio de la analogía, Wojtyla estaba yendo más allá del vocabulario, las fórmulas y las categorías intelectuales que dominaban el Angelicum durante los dos años que pasó allí. El tomismo que había aprendido en Cracovía y en el Angelicum, y su esencial convicción filosófica de que la mente humana podía captar la verdad de las cosas a través de una disciplinada reflexión acerca del mundo, le habían otorgado un cimiento intelectual. Pero era precisamente eso, un cimiento. Y los cimientos sirven para construir sobre ellos.

   El 14 de junio de 1948, el padre Karol Wojtyla aprobó los exámenes doctorales con puntuaciones altas, la tesis obtuvo una puntuación de dieciocho sobre veinte. Su defensa oral de la misma, recibió la mayor puntuación posible, cincuenta sobre cincuenta. Pese a tales logros, el padre Wojtyla no recibió el título de doctor del Angelicum, cuyas reglas requerían que la tesis fuera publicada antes de conceder el título. El joven sacerdote polaco no podía costearse la impresión, de modo que a su regreso a Polonia volvió a someter la tesis a la Facultad de Teología de la Universidad Jagelloniana que, tras la apropiada revisión, le concedió el título de Doctor en teología en diciembre de 1948.

* Transcrito de la 'Biografía de JuanPablo II, Testigo de Esperanza', de 1999.