'CONSTITUCION DE LA CULTURA A TRAVES DE LA PRAXIS' *

Karol Wojtyla

(Ensayo presentado en la Universidad Católica del Sagrado Corazón, de Milán, Italia,
el 18 de marzo 1977.)

1. LA CONTROVERSIA CONTEMPORÁNEA SOBRE LO HUMANUM

   Al escoger el problema de la constitución de la cultura a través de la praxis humana como el tema de esta charla, me gustaría abordarlo para expresar mis principales intereses, que no sólo he discutido en varias publicaciones en mi lengua materna, sino también aquí, en la tierra italiana, donde he tenido la suerte de ser invitado en varias ocasiones. Desarrollando temas de mis obras polacas, hablé por primera vez en una conferencia en conmemoración del 700 aniversario de Santo Tomás de Aquino (Roma-Nápoles, 1974) sobre el tema 'La estructura personal de la autodeterminación", y luego presenté la conferencia inaugural 'Teoria–praxis: un tema humano y cristiano', en una conferencia internacional en Génova (en septiembre de 1976).

   Estas dos presentaciones, en especial tal vez la última, pueden servir como base para mis reflexiones aquí sobre la praxis humana, que creo nos proporciona la ruta más directa para entender lo humanum en su más profunda plenitud, riqueza y autenticidad.

   Tal vez nunca antes el esfuerzo para llegar a tal comprensión de lo humanum había sido tan importante para la cultura que nos une a través de fuentes comunes. Sabemos que se trata de una cultura cristiana. La misión de Europa, a lo largo de sus dos mil años de historia, está relacionada con esta cultura, punto que ha sido enfatizado por Pablo VI, por el Simposio de Obispos Europeos de 1974 y otros. El Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes (GS, 53-63), dedica una sección separada a la cuestión de la cultura, hecho que no es más que un epifenómeno, una manifestación derivada de todo lo que hizo el Concilio para articular el significado cristiano de lo humanum, para establecer la verdad sobre la persona humana y la vocación universal del ser humano. (GS 12-22)

   En los primeros siglos del cristianismo, la categoría «persona» fue introducida en las enseñanzas de la Iglesia como un medio para lograr una comprensión en alguna medida más precisa del Divinum revelado. Hoy en día, tantos siglos después, esta categoría constituye un concepto clave en la controversia contemporánea sobre lo humanum. Esta no es una controversia en la Iglesia o en el cristianismo, o incluso dentro de las religiones no cristianas. Es principalmente una controversia con el ateísmo, que más a menudo niega lo Divinum en el nombre de lo humanum. Al mismo tiempo, junto al rechazo de una relación con Dios como constitutiva de la persona humana (que es una imagen de Dios), este ateísmo, en su forma marxista, propone una forma colectiva de existencia para lo humanum tanto fundamental como final. Dado este contexto histórico, la categoría de la persona debe convertirse en un concepto clave en la controversia sobre lo humanum, una controversia en la que el cristianismo también tiene un papel que desempeñar.

   Mis reflexiones sobre la constitución de la cultura a través de la praxis humana también surgen en el contexto de esta controversia. Ellas están íntimamente ligadas a la comprensión del ser humano como persona: como sujeto auto-determinado. La cultura se desarrolla principalmente dentro de esta dimensión, la dimensión del sujeto auto-determinado. La cultura está básicamente orientada, no tanto hacia la creación de productos humanos como a la creación del propio ser humano, que luego se irradia hacia el mundo de los productos.

2. ¿COMO DEBE SER ENTENDIDA LA PRIORIDAD DEL SER HUMANO CON RESPECTO A LA PRAXIS?

   Será de gran ayuda para mí recurrir aquí al elemento básico de la filosofía de la acción de Santo Tomás. Me he referido a ella en la conferencia de Génova sobre el tema "Teoria-Praxis", mostrando que este tópico es cristiano porque es profundamente humano. A mi entender, en el pensamiento de Santo Tomás la actividad humana (acción) es al mismo tiempo «transitiva» e «intransitiva». Es transitiva en la medida en que tiende más allá del sujeto, en que busca una expresión y un efecto en el mundo externo, y se objetiva en algún producto. Es intransitiva, por otro lado, en la medida en que permanece en el sujeto, en que determina la calidad o el valor inmanente del sujeto, y constituye esencialmente el fieri (dinamismo) humano del sujeto. En el actuar, no sólo realizamos acciones, sino que, a través de esas acciones, también llegamos a ser nosotros mismos, en ellas nos realizamos nosotros mismos.

   La prioridad del ser humano como sujeto de la actividad tiene una importancia fundamental para la constitución de la cultura a través de la praxis humana. Debo especificar lo que quiero decir con esta «prioridad». No estoy preocupado aquí con la cuestión de la antropogénesis, ni de hacer una crítica directa a la tesis marxista de que el trabajo produce o es, de alguna manera, el origen del ser humano. Esto debe resolverse sobre la base de la evidencia directa. El trabajo o la praxis humana, es posible en la medida que el ser humano ya existe: operari sequitur esse (la acción sigue a la existencia). La prioridad del ser humano como sujeto esencial de la actividad humana – una prioridad en el sentido metafísico – pertenece al concepto de praxis por la sencilla razón de que el ser humano determina la praxis.

   Sería absurdo entender este asunto al revés y aceptar algún tipo de praxis subjetivamente indeterminada, que luego define o determina su sujeto. Tampoco es posible pensar la praxis como algo a priori, como si esta categoría "casi absoluta" pudiera dar origen – a través de la evolución – a las formas particulares de actividad que definen sus agentes.

   Si aceptamos como premisa básica que la actividad (praxis) nos permite entender más plenamente al agente, que la acción revela más plenamente al ser humano como persona, entonces tal postura epistemológica implica la convicción y la certeza de que el ser humano, o sujeto, tiene prioridad en relación con la actividad, o praxis, lo que, a su vez, nos permite comprender más plenamente al sujeto.

   Pero este no es el único tipo de prioridad que tengo en mente aquí. Me refiero no sólo a la prioridad en el sentido metafísico, sino también a la prioridad en lo que podría llamarse el sentido praxiológico. Aquí es donde la distinción entre lo transitivo (transitens) y lo intransitivo (intransitens) en la acción humana tiene un significado clave. Sea lo que sea lo que hacemos en la acción, y cualquiera sean los efectos o productos que llevamos a cabo, en ellos siempre, simultáneamente, "nos hacemos a nosotros mismos" (si se me permite decirlo de este modo). Nos expresamos a nosotros mismos, de alguna manera, nos formamos a nosotros mismos y, en cierto sentido, nos "creamos" a nosotros mismos. En la actuación, nos actualizamos a nosotros mismos, nos completamos a nosotros mismos. Traemos un cierto cumplimiento parcial (actus) respecto a qué somos, como a quienes somos potencialmente (in potentia). Desde la perspectiva de la experiencia y de la visión fenomenológica, este es también el significado del término que yo llamo «acción» en la categoría de actus: actus humanus.

   La prioridad del ser humano en el sentido metafísico significa que la praxis presupone el ser humano como sujeto y no al revés. La prioridad del ser humano en el sentido praxiológico nos obliga a reducir la esencia misma de la praxis al ser humano: la esencia de la praxis consiste en la realización de nosotros mismos y, al mismo tiempo, en hacer más humana la realidad no humana que existe fuera de nosotros mismos. Sólo la praxis entendida en este sentido constituye una base para hablar de la cultura como una realidad connatural en relación con el ser humano.

   Si en nuestro análisis de la praxis humana deseamos afirmar esta realidad y no negarla (incluso mientras aparentemente es afirmada), debemos reconsiderar radicalmente todas las formulaciones que hablan de la transformación o modificación del mundo como el único propósito de la praxis humana. Más importante aún, debemos re-evaluar todos los programas que ven la totalidad de la actividad entre los extremos de producción y consumo.

   Sin negar la fundamentalidad de estas categorías como polos de pensamiento económico, e incluso su gran utilidad, dados los supuestos adecuados, debemos tener cuidado en no permitir que esta manera de pensar y de hablar convierta al ser humano en un epifenómeno y, en cierto sentido, en un producto. Si la cultura ha de constituirse a través de la praxis humana, no podemos estar de acuerdo con una visión tan epifenomenal, economicista o produccionista del ser humano y de la acción humana. Debemos asegurar en este pensamiento la prioridad del ser humano tanto en el sentido metafísico, como praxiológico. Sólo con una comprensión estrictamente definida de la praxis humana se puede hablar de la constitución de la cultura a través de ella.

   Kant reconoció esta verdad y la expresó en su famoso segundo imperativo categórico: actúa de tal manera que la persona sea siempre un fin y nunca un medio de tu acción. Cabe señalar que Kant hizo esta declaración en el clima intelectual de la época que marcó el comienzo de la nuestra, siendo especialmente fructífera en ella. La oposición de Kant al utilitarismo y sus consecuencias, incluyendo sus consecuencias economicistas, aproxima el personalismo, que expresó en el segundo imperativo, a la convicción que el cristianismo siempre ha mantenido. El Concilio Vaticano II dio expresión clásica a esta convicción cuando se dice que el ser humano es "la única criatura en la tierra que Dios ha amado por sí misma» (GS 24). Los seres humanos, como queridos por el Creador por sí mismos, no pueden ser privados de su autoteleología; ellos no pueden ser considerados como medios o herramientas en su propia praxis, sino que deben preservar su propia superioridad en relación con ella, su prioridad en el sentido praxiológico. Esta superioridad es sinónimo con considerar lo intransitivo de la actividad humana como más importante que lo transitivo. En otras palabras, lo que condiciona el valor de los seres humanos y comprende la cualidad esencialmente humana de su actividad es más importante que lo que es objetivado en algún producto u otro y que sirve para "transformar el mundo" o simplemente explotarlo.

   De ello se deduce que la "transformación del mundo", en sí misma, no es todavía el sentido o dimensión de la praxis humana a través del cual se constituye la cultura. En sí misma, es solamente la materia prima de la cultura, el elemento material. El elemento esencial es aquel que el Concilio expresó en las palabras "para hacer del mundo un lugar más humano", o también "para que la existencia humana en el mundo sea más humana", un elemento en el que, en última instancia, debemos descubrir al ser humano como sujeto de cada una y todas las praxis.

   El hecho de que los hombres, sin importar quienes son, todos y cada uno de ellos, y por lo tanto, en la medida de lo posible, todos ellos, se hacen más humanos, es el hecho determinante para la constitución de la cultura a través de la praxis humana. Y de igual manera, el hecho de que los diferentes procesos de socialización, estimulados por la industrialización, la producción y el consumo, corresponden proporcionalmente a los procesos de personalización (para usar de nuevo el lenguaje de la Gaudium et Spes), es el hecho determinante para la constitución de la cultura a través de la praxis humana.

   Obviamente, esto requiere una diferenciación precisa de las dimensiones o aspectos de la praxis y, aún más importante, una coordinación adecuada de ellos. Sabemos muy bien que los medios materiales son una condición necesaria para la existencia humana y su "humanización". Usados en la justa medida, ayudan a hacer la vida de las personas verdaderamente humana. La falta de medios de este tipo reduce a las personas a un nivel de vida inferior al exigido por la dignidad del ser humano. Debemos, sin embargo, distinguir con mucha precisión lo que no es más que una «condición» para una vida verdaderamente humana de aquello que es «decisivo» para una vida verdaderamente humana.

   Lo que he llamado aquí la prioridad del ser humano en el sentido praxiológico corresponde aproximadamente a la distinción de Gabriel Marcel entre «ser» y «tener». El Concilio Vaticano II adoptó esta distinción y de ella deriva el principio básico de que "los seres humanos son más valioso por lo que son que por lo que tienen". (GS 35) La cultura (en el auténtico y pleno sentido de la palabra, y no como un conjunto de sustitutos y pretextos) se constituye a través de la praxis humana en la medida en que a través de ella la gente se vuelve más humana, y no sólo por adquirir más medios.

   En este sentido, la situación actual de lo humanum conlleva un desafío dramático. Junto a las sociedades y pueblos que tienen un exceso de medios existen sociedades y pueblos que sufren de una falta de medios o de una insuficiencia de medios. No hace falta decir aquí que debemos trabajar hacia una justa distribución de los bienes. Este es un principio evidente. Un abandono de la realización de este principio es una amenaza para lo humanum. Uno podría preguntarse, sin embargo, si la amenaza no es mayor cuando una sobreabundancia de medios, una abundancia de lo que la gente tiene, les oscurece quienes son y quienes debieran ser.

   Esta es una cuestión especialmente importante, quizás la más molesta, para el futuro de la cultura en el mundo atlántico.

3. LA CULTURA: LA PRAXIS NOS HABLA DE UNA
CONFRONTACION CON LA NECESIDAD DE LA MUERTE

"Porque la belleza existe para que podamos ser tentados a trabajar,
Y el trabajo, para que podamos ser resucitados"
.
- Cipriano Norwid, Diálogo I, Promethidion

   Me tomo la libertad de citar un pasaje del poema místico Promethidion de Cipriano Norwid, a quien muchos consideran como uno de los poetas polacos más profundamente reflexivos y auténticamente católicos. Me gustaría utilizar este pasaje como una transición a la etapa final de estas reflexiones sobre la constitución de la cultura a través de la praxis humana. La opinión expresada hace un momento en relación con el profundo catolicismo de Norwid se justifica, sobre todo hoy en día, a la luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Sería imposible en este análisis no apelar a los textos en los que el Concilio relaciona – al igual que Norwid – el trabajo, la praxis humana, con el misterio pascual (GS 38). Sólo esta conexión parece poner de manifiesto el significado completo de la cultura, en la que lo humanum se encuentra con el mysterium. Y esto es como debe ser, ya que el ser humano en muchos sentidos es un mysterium.

   No puede haber duda de que la cultura se constituye a través de la praxis humana, a través de la actividad humana que expresa y, en cierto sentido, revela la humanidad. Esto supone, por supuesto, que la cultura se constituye a través del trabajo y su transformación de acompañamiento de la naturaleza o la modificación del mundo, en la medida en que esta transformación o modificación se ajusta a la razón humana y al orden objetivo de la naturaleza o el mundo. Tal actividad, como el trabajo, se puede decir que implica una cierta irradiación de humanidad, en virtud de la cual los efectos de la cultura están inscritos correctamente en la obra de la naturaleza.

   A pesar de su diferenciación, la cultura, forma entonces una especie de todo orgánico con la naturaleza. Revela las raíces de nuestra unión con la naturaleza y, también, nuestro encuentro superior con el Creador en el plan eterno, un plan en el que participamos por medio de la razón y la sabiduría (véase, por ejemplo, Apostolicam actuositatem, 7 y Gaudium et Spes, 34 ).

   Existe en la naturaleza, o el mundo, una anticipación de tal actividad humana y una irradiación tal de la humanidad a través de la praxis. También existe en la naturaleza, o el mundo, una especie de preparación para ponerse a nuestra disposición: para servir las necesidades humanas, para dar la bienvenida en su seno a la escala superior de los fines humanos, para entrar de alguna manera en la dimensión humana y participar en la existencia humana en el mundo.

   Sin embargo, debemos preguntarnos constantemente si, y en qué medida, el trabajo, la praxis humana, no está recargada con "la esclavitud de la corrupción" en la que – como escribe San Pablo – "toda la creación gime hasta el presente y sufre dolores de parto". (Rm. 8, 21-22) ¿Lleva el trabajo humano, en el uso de las riquezas de la creación, siempre y en todas las cosas el sello del orden racional, el sello de una irradiación de la humanidad? ¿No se convierte, a veces, en un saqueo bruto – dictado, por otra parte, sobre todo por la intención de destruirse mutuamente y de dominarse los unos a los otros?

   Las palabras de la Constitución Pastoral sobre este tema (GS, 4-10) parecen leves en comparación con lo que dicen los expertos, al menos en los informes de renombre del Club de Roma. Cuando Norwid escribe sobre "la belleza que existe para que podamos ser tentados a trabajar", es lo que sugiere que hay otras dimensiones reales de la praxis humana a través de las cuales se constituye la cultura. La cultura puede ser conectada de una manera simplista – y tal vez incluso de manera utilitaria propia de los varios programas totalitarios – con el propio elemento del trabajo. Cuando el poeta habla de belleza y de seducción, apunta a las fuentes eternas de la cultura que brotan del alma humana. El Cristianismo, consciente de esas fuentes, siempre ha tratado de respetar el equilibrio adecuado entre actio y contemplatio, un tema que también fue abordado en los documentos del Concilio Vaticano II (véase, por ejemplo, Sacrosanctum Concilium, 2 y Lumen Gentium, 41).

   La cultura se constituye a través de la praxis humana en la medida en que no nos convertimos en esclavos de la actividad y de lograr varios trabajos, sino experimentando asombro y admiración en la realidad (ver GS 56), en la medida que alcanzamos en nuestro interior un fuerte sentido del cosmos, un fuerte sentido del orden del mundo, tanto del macro y el microcosmos, y los convertimos en una característica dominante de nuestra comprensión, en lugar de un gran y también, de alguna manera, brutal instrumento de explotación.

   Es necesario, por tanto, ir más allá de todos los límites de los distintos tipos de utilitarismo y descubrir dentro de toda la riqueza de la praxis humana su profunda relación con la verdad, la bondad y la belleza, una relación que tiene un carácter desinteresado, puro y no utilitario. Este desinterés de la relación condiciona esencialmente la atracción de lo que Norwid escribe: seducción, maravilla, contemplatio, dan forma a la base esencial de la constitución de la cultura a través de la praxis humana.

   Esto no tiene lugar más allá del trabajo, más allá de la actividad humana. De hecho, esta actividad también tiene el carácter dual de ser tanto transitiva e intransitiva al mismo tiempo, como señaló Santo Tomás. Y sin embargo, lo que es transitivo en nuestra actividad culturalmente creativa, y que se expresa externamente como un efecto, objetivación, producto o trabajo, se puede decir que es el resultado de la intensidad particular de lo que es intransitivo y se mantiene dentro de nuestra comunión desinteresada con la verdad, la bondad y la belleza.

   Esta comunión, su intensidad, grado y profundidad, es algo completamente interno; es una actividad inmanente del alma humana que deja su marca y da fruto en esta misma dimensión. Es a partir de esta comunión que maduramos y crecemos interiormente. Al mismo tiempo, esta comunión interior desinteresada con la verdad, la bondad y la belleza es la fuente del tipo de praxis que implica una irradiación especial de la humanidad hacia el exterior. Esta irradiación da lugar a las acciones y obras a través de los cuales nos expresamos más plenamente como seres humanos. En ellas trascendemos los límites de lo meramente útil y traemos al mundo, a la arena real de nuestras vidas, lo que, aparte de útil, es pura y exclusivamente verdadero, bueno y bello, y aseguramos el verdadero derecho a la ciudadanía en nuestro mundo.

   La cultura como un modo social distintivo de estar en el mundo, esencial para los seres humanos, se constituye en la praxis humana sobre la base de una asombro y admiración desinteresados en relación a los hechos y obras que se han originado en los hombres y mujeres sobre esta misma base, en comunión interior con la verdad, la bondad y la belleza. Cuando falta tal capacidad de admiración, cuando se carece del "mandato social" para ello, y el foco de atención de grupos o sociedades no se extiende más allá de lo útil, la cultura, como hecho social, también de verdad falta, o al menos está en serio peligro.

   Y allí, también, toda la praxis humana en su función de "hacer la vida humana más humana" está en peligro de extinción. Porque no sólo la cultura es constituida a través de la praxis, sino la praxis humana, en su carácter auténticamente humano, también se constituye a través de la cultura. "La belleza existe para que podamos ser tentados a trabajar ..."

   Sólo dado este supuesto, la segunda parte de la declaración de Norwid es también cierta: ".. y el trabajo, para que podamos ser resucitados". Oculta en estas palabras está toda la verdad sobre la muerte humana: sólo en los seres humanos la muerte no es una ocurrencia simple y elemental, un hecho y una ley de la naturaleza, sino que adquiere un significado totalmente nuevo (ver GS, 22). El significado de la muerte humana surge de su relación con la inmortalidad. La cultura, como una profunda realidad humana constituida a través de la praxis humana, abarca e impregna esta relación: esta confrontación existencial de la muerte con la esperanza de la inmortalidad.

   En el ámbito de esta confrontación con la muerte como una necesidad natural, ambas – la cultura y la praxis – a través de las cuales la cultura se constituye en la vida humana y en la historia – se expresan y verifican de una forma única. A fin de cuentas, todos estamos pasando, todos estamos continuamente muriendo, en gran parte de nuestra obra, en tantos efectos anteriores de nuestra actividad. Lo que es transitivo, aunque basado en el sonido de la sola palabra, parece hablar de fallecimiento y muerte. Tantas obras, tantos productos de la actividad humana, son igualmente susceptibles a esta misma necesidad. Durante un tiempo brillan en el escenario del mundo de los humanos, y luego se atenúan y se marchitan. "Porque la representación de este mundo pasa". (I Cor. 07:31). "Ellos perecerán, pero tú permaneces; y todos ellos como una vestidura se desgastarán, como vestido los mudarás, y serán cambiados". (Salmo 102: 27.)

   Algunos de estos productos llevan la marca de algo que se agota, algo para ser consumido, y no pueden elevarse por encima de este nivel en la jerarquía de valores. Una civilización que da prioridad a este tipo de productos, una civilización que, de alguna manera, está completamente enfocada únicamente en el consumo, es una civilización de la muerte de la humanidad.

   Es característico de la cultura humana todo el dinamismo de esta batalla con la muerte. Esta batalla tiene lugar en el contexto de la praxis humana, porque la praxis contiene el poder de trascender lo meramente útil (utile), el cual, al ser utilizado, está destinado a morir. El poder y la capacidad de comunión desinteresada con la verdad, la bondad y la belleza da a luz las obras que no se pueden utilizar. (GS, 57, 59) En ellas no sólo sus creadores siguen viviendo y sus nombres son recordados por generaciones sin fin, sino también, y más importante, hombres y mujeres de diferentes generaciones continuamente redescubren lo intransitivo dentro de sí mismos: "intransitivo" significa, en cierto sentido, "inmortal".

   Por supuesto, este "intransitivo," también ha "pasado" con los que lograron capturar la dimensión trascendental de la bondad, la verdad y la belleza en las obras de la cultura. Al morir, estos hombres y mujeres concretos han tomado con ellos lo que era estrictamente interno y intransitivo en toda su actividad. Y sin embargo, las huellas de lo que ha permanecido en la cultura humana desafiando la muerte, no sólo viven y revive siempre en nuevos hombres y mujeres, sino que también parecen reclamar la inmortalidad del ser humano – y tal vez incluso dan testimonio de la inmortalidad personal –, precisamente en razón de lo que es intransitivo en el ser humano. La cultura es una experiencia incesante y un testimonio que va en contra de la desesperación existencial.

   ¿No es nuestra resurrección continua en la cultura una confirmación de esas palabras más radicales que el poeta dijo del trabajo, de la praxis humana: "El trabajo [existe] para que podamos ser resucitados"?

   La Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual concluye el capítulo sobre "Actividad Humana en el Mundo", con las siguientes palabras:

   "En efecto: los bienes todos de la dignidad humana, de la fraternidad y de la libertad, es decir, todos los buenos frutos de la naturaleza y de nuestra actividad, luego de haberlos propagado sobre la tierra – en el Espíritu de Dios y conforme a su mandato –, los volveremos a encontrar de nuevo, pero limpios de toda mancha a la vez que iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre el reino eterno y universal: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz." (GS, 39).

   Esta es una declaración de esperanza, una óptica de la fe. Estas reflexiones sobre la praxis humana, como el verdadero lugar de la constitución de la cultura, no se apartan de esta óptica y de esta esperanza, sino que convergen con ellas. Y es en el nombre de este patrimonium commune que me he tomado la libertad de dirigirme hoy a tan distinguida audiencia.


* Traducido por Angel C. Correa de la versión inglesa,
'The Problem of the Constitution of Culture Though Human Praxis',
publicada en el libro 'Person and Community, Selected Essays of Karol Wojtyla',
Edición Peter Lang, 1993, como parte de la Colección 'Catholic Thought from Lublin'
(Pensamiento Católico de Lublin).